INTRODUCCIÓN V: Ivana Raschkovan
En tus trabajos hablás mucho de cómo la identidad se construye desde muy temprano.
¿Qué lugar ocupa el género dentro de esa construcción, y cuánto viene realmente “dado” y cuánto es aprendido?
Desde MUSEII pensamos la ropa como un espacio de libertad y no como una categoría cerrada.
¿Por qué creés que el género sigue apareciendo tan fuerte en algo tan cotidiano como vestirse?
La ropa es mucho más que una tela que nos cubre el cuerpo, es tanto un lenguaje como una segunda piel. La vestimenta dice mucho acerca de quiénes somos. Por eso el género aparece con tanta fuerza ahí. Incluso hoy, cuando sabemos que el género no es una categoría estática, la mayorías de las marcas de ropa sigue fabricando prendas diferenciadas para varones y para mujeres. Entiendo que esta distinción binaria persiste porque los símbolos culturales cambian más lento que las ideas. Podemos pensar distinto, pero los objetos —y los hábitos— demoran más en impactar en las prácticas cotidianas. Por eso celebro que emerjan marcas como MUSEII que a través de sus prendas propone un lenguaje artístico diverso.
Muchxs crecimos con mandatos muy marcados sobre lo que “correspondía” para varones o mujeres.
¿Qué observás hoy en las nuevas generaciones respecto a la posibilidad de correrse de esos moldes?
Lo que observo en las infancias y adolescencias actuales es una mayor capacidad de cuestionar lo establecido. Les cuesta menos ensayar, probar, experimentar y correrse del modelo binario. Hoy disponemos de un lenguaje para nombrar experiencias que antes quedaban silenciadas o invisibilizadas. Gracias a la lucha de los movimientos LGBT+ y a las luchas feministas, las categorías de género ya no se consideran casilleros estáticos donde las opciones son únicamente dos. El abanico de posibilidades es mucho más amplio y las nuevas generaciones construyen sus identidades en base a ese universo diverso que se les ofrece. Por eso vemos que las infancias y las adolescencias suelen tener menos prejuicios ante las identidades diversas.
Trabajás hace años en crianza respetuosa, donde el vínculo y la escucha son centrales.
¿De qué manera la crianza puede acompañar identidades más libres sin imponer etiquetas desde tan temprano?
Acompañar la diversidad desde mi punto de vista, no implica no realizar atribuciones, sino en todo caso, habilitar a que las infancias y adolescencias puedan cuestionarlas y revisarlas. En la crianza respetuosa apostamos siempre a la escucha atenta y a la mirada sensible: observar, habilitar, proponer, sin etiquetar. Los chicos y las chicas van explorando caminos, intereses, expresiones; nuestra tarea es cuidar de no apresurarnos en cristalizar como una identidad definitiva aquello que puede estar siendo parte de una exploración. El respeto y el acompañamiento para transitar, para ensayar lo diverso y expresarlo, es una forma de cuidado.
En tu trabajo cotidiano,
¿cuál dirías que es el mito más común sobre género que todavía aparece en las familias o en la vida adulta?
Creo que uno de los mitos más frecuentes sigue siendo la idea de que el género está determinado por lo biológico y que cualquier variación, es un desvío de la norma o una patología. Ese mito produce mucho sufrimiento en quienes no se identifican con el género atribuido al nacer. Si partimos de la idea de que el género es un constructo cultural y dinámico, y que las identidades femeninas y masculinas no son las únicas, las identidades trans o no binarias se nos revelan como realidades posibles.
Otro gran mito es asumir que las tareas de cuidado son exclusivas de las mujeres. La crianza a predominio materno es una práctica cultural que responde a los intereses del patriarcado. Hoy en día sabemos que las funciones no dependen del género de quien las ejerce. La crianza no pertenece únicamente al universo femenino, los varones pueden y deben desempeñar un rol activo cuidador a la par de las mujeres.
Pensando en lo simple y cotidiano,
¿hay algún gesto, hábito o conversación que recomiendes para empezar a desarmar prejuicios de género en casa?
Hay gestos muy simples: preguntar en vez de asumir, no dar por sentado que hay juguetes, colores, deportes o prendas de nenes y de nenas. Escuchar cómo hablamos cambia mucho, por eso es necesario revisar nuestras propias frases: “eso es para nenas”, “así no se visten los varones”, “las niñas no dicen esas cosas”, “si llorás parecés una nena”. Siempre es importante habilitar conversaciones que, aunque puedan resultar incómodas, son necesarias para deconstruir creencias. Y sobre todo: validar el juego y la exploración sin reproducir estereotipos de género. En lo que hacemos día a día se aprende mucho más que en cualquier explicación teórica.
Entrevista: Agustina Goyhman
Estilismo y dirección creativa: Nicole Segal
Fotografía: Ornella Greco